martes, 15 de enero de 2013

Roma ocupada por los “nuevos teólogos”.



Como elemento motor del tren de la “nueva teología”, el prefecto Ratzinger ha inundado Roma de “nuevos teólogos” y en particular la Congregación para la Fe y las Comisiones que él preside. Y así es como para “promover la sana doctrina”, bajo la prefectura del cardenal Ratzinger, encontramos, entre otros, en la Congregación para la Fe a un obispo Lehmann, que niega la Resurrección corporal de Jesús (aunque para Ratzinger también Jesús es “crucificado y resucitado a los ojos de la fe [sic!]” op. cit, p. 187), un George Cottier, O.P., “gran experto” en masone­ría y “partidario del diálogo entre Iglesia y logias”, un Albert Vanhoye, S.J., para el cual “jesús no era sacerdote” (aunque tam­poco lo sea en mayor medida para Ratzinger y para su “maestro” Rahner), un Marcelo Bordoni, para el cual quedar anclado al dogma cristológico de Calcedonia es un “fixismo” intolerable (al igual que para Ratzinger) (v. para Lehmann, Sí Sí, No No, edición italiana 15 de marzo de 1 992, para Cottier, 29 de febrero de 1992, para Vanhoye 15 de marzo de 1987, para Bordoni, Si Si, No No, edición española, julio-agosto 1993).
Así es como en la Comisión Bíblica Pontificia, resucitada de su largo letargo y de la cual el prefecto Ratzinger es Presidente ex officio, se han sucedido como Secretario un Henri Cazelles, sulpiciano, pionero de la exégesis neomodernista, cuya Introduc­ción a la Biblia fue, en su tiempo, objeto de censura por parte de la Congregación romana para los Seminarios (v. Sí Sí, No No, edi­ción italiana, 30 de abril de 1989), y después el ya citado Albert Vanhoye, S.J., mientras que entre los miembros nos encontramos con un Gianfranco Ravasi, que arruina públicamente la Sagrada Escritura y la Fe, y un Ciuseppe Segalla que niega a Juan su Evangelio y divulga el criticismo más avanzado (v. Sí Sí, No No, edición italiana, a. IV, nº 11, p. 2).
Así es como en la comisión teológica internacional, de la cual Ratzinger es presidente y cuyos miembros son escogidos a proposición suya, figuran, entre otros, el obispo Walter Kasper, para el cual los textos evangélicos “donde se habla de un Re­sucitado que lo han tocado con las manos y que se sienta a la mesa con sus discípulos” son “afirmaciones más bien groseras... que hacen correr el peligro de justificar una fe pascua muy ‛rosa’” (aunque Ratzinger no ama tampoco “una concepción masiva y terrena de la resurrección”, v. Introducción al Cristianis­mo, p. 269; para Kasper, v. Gesù, il Cristo, Queriniana, Brescia, 4ª edición, p. 192), al obispo Christoph Schönborn, O.P., secre­tario redaccional del nuevo “catecismo” y que, en el primer ani­versario de la muerte de Von Balthasar celebró su super-lglesia ecuménica, la “Católica” no católica, en la Iglesia de Santa María de Basilea (v. H.U. Von Balthasar. Figura e opera, ed. Piemme, pp. 431 ss), al obispo André-Jean Léonard, “hegeliano... obispo de Namur, responsable del Seminario de San Pablo donde Lustiger envía a sus seminaristas [¡todo en familia!] (30 Giorni, diciem­bre 1991, p. 67), etc., etc. 
 
Con discreción y sin ella

¿Qué decir, además, de los modos más “discretos”, pero no menos eficaces, mediante los cuales el prefecto Ratzinger pro­mueve la “nueva teología”? Walter Kasper es nombrado obispo de Rottenburg-Stuttgart[1]. Su “viejo colega” Ratzinger le escribe: “Vos sois un don precioso para la Iglesia católica en este período turbulento” (30 Giorni, mayo 1989). Urs von Balthasar muere en la víspera de recibir la “merecida distinción honorífica de carde­nal”. El prefecto Ratzinger en persona pronuncia el elogio fúne­bre en el cementerio de Lucerna, mostrando en el difunto un teólogo “probatus”:
“Lo que el Papa -dice Ratzinger- quería expresar mediante este gesto de reconocimiento o, mejor, de honor, permanece vá­lido: no son ya solamente particulares, personas privadas, sino que es la Iglesia en su responsabilidad ministerial oficial [sic!] quien nos dice que él fue un auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes del agua viva, un testimonio de la Pala­bra, mediante la cual podemos aprender a Cristo, aprender a vida” (extraído de H.U. von Balthasar. Figura e opera, de Leh-mann y Kasper, ed. Piemme, pp. 457 s.).
El prefecto Ratzinger, de otra parte, está a la cabeza del grupo que patrocina la apertura en Roma de un “centro de formación para candidatos a la vida consagrada”, formación “inspirada por las vidas y las obras de Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y Adrienne von Speyr” (30 Giorni, agosto-septiembre 1990).
En fin, y para contener nuestro discurso en los límites necesa­rios, el prefecto Ratzinger ha presentado a la prensa la “Instruc­ción sobre la vocación eclesial del teólogo”, subrayando que este documento “afirma -puede ser que por primera vez con esta cla­ridad- que hay decisiones del magisterio que no pueden ser una palabra definitiva sobre el sujeto en tanto que tal, sino un abor­daje sustancial al problema y ante todo también una expresión de prudencia pastoral, una especie de disposición provisoria (L’Osservatore Romano, 27 de junio de 1990, p. 6) y dando al­gunos ejemplos de “disposiciones provisorias” hoy “superadas en las particularidades de sus determinaciones”: 1) las “declaracio­nes de los Papas del siglo último sobre la libertad religiosa”; 2) las "decisiones antimodernistas de comienzo de siglo”; 3) las “deci­siones de la Comisión Bíblica de entonces”; en resumen: los tres baluartes opuestos por los Romanos Pontífices al modernismo en los dominios social, doctrinal y exético.
Debemos añadir que Elio Cuerriero, redactor jefe de Communio (edición italiana) está en perfecto acuerdo con nosotros sobre este punto de vista. Ilustrando la victoriosa avanzada de la “nueva teología” en la revista Jesús de abril 1992, escribía: “Siempre en Roma es necesario destacar el trabajo realizado por Joseph Ratzinger tanto como teólogo como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe”. Tras esto, del “restaurador” Ratzinger no queda más que el mito.

El mito del “restaurador”

Cómo ha podido nacer este mito no es difícil de comprender.
En el Prólogo a Introducción al Cristianismo, por ejemplo, Ratzinger escribe: “El problema del auténtico contenido y sentido de la fe cristiana está hoy, mucho más que en tiempos pasados, rodeado de incertidumbre”. Y esto porque “quien ha seguido el movimiento teológico de las últimas décadas y no pertenece al grupo de quienes, sin reflexionar, creen sin reparo que lo nuevo de todas las épocas es siempre lo mejor”, se preocupa por saber si “la teología... ha dado interpretaciones progresivamente des­cendentes de la pretensión de la fe que a menudo se recibió de manera sofocante” y si “tales interpretaciones han suprimido tan pocas cosas que no se ha perdido nada importante, y al mismo tiempo tantas, que el hombre siempre se ha atrevido a dar un paso más hacia adelante” (p. 1 7).
¿Qué católico, que ame a la Iglesia y sufra por la crisis actual, no suscribiría afirmaciones parecidas? Hay ya en este Prólogo, inalterado desde 1968, lo suficiente como para crear en torno a Ratzinger el mito de “restaurador”. ¿Pero qué opone Ratzinger a la demolición progresiva de la Fe perpetrada por la teología con­temporánea? Opone la absolución general de esta misma teología de la cual -declara él- “Es cierto que tales preguntas, en su formu­lación global, son injustificadas, ya que solamente en cierto sen­tido puede afirmarse que “la teología moderna” ha seguido ese camino” (p. 18). Y sobre todo opone, como correctivo, el mismo repudio de la Tradición y del Magisterio, mediante el cual la teología de los últimos decenios ha “rodeado de incertidumbre” el “auténtico contenido y sentido de la fe cristiana... mucho más que en tiempos pasados”. A la deplorada tendencia, siempre más reductiva, de esta teología, de hecho, según Ratzinger, “no se puede impugnar esta rama defendiendo una ciega conservación del metal precioso de formas fijas del pasado, ya que siguen siendo [no declaraciones solemnes del Magisterio, sino] sola­mente pepitas de metal precioso: un peso que, en virtud de su valor, conserva siempre la posibilidad de una verdadera libertad [que viene así subresticiamente a tomar el lugar a la verdad]” (p. 18). Parece escapar a Ratzinger que inmediatamente este prólogo conduce también “seguramente” allí donde la “teología” contem­poránea. Su libro entero está ahí para demostrarlo. Ya San Pío X notaba que todos los modernistas no eran capaces de extraer, de sus premisas erróneas, las conclusiones verdaderamente inevi­tables (v. Pascendi).
Ratzinger es siempre así: a ¡os excesos con los cuales toma sus distancias (a menudo con ocurrencias cáusticas), no opone nunca la verdad católica, sino un error aparentemente más moderado, pero que no obstante en la lógica del error conduce a las mismas conclusiones ruinosas.
El propio Ratzinger se califica en Informe sobre la Fe de “‛progresista’ equilibrado” (p. 22). El está por una “evolución tranquila de la doctrina” sin “escapadas en solitario hacia ade­lante” (p. 23), pero también “sin nostalgias de un ayer irremedia­blemente pasado” (p. 24), es decir por la Fe católica abandonada tranquilamente tras de sí. Si bien él no ama el progresisimo de punta, tampoco ama la Tradición católica: “Debemos permane­cer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer o al mañana (Informe sobre la fe, p. 37; las cursivas están en el texto).
La cuesta es siempre la misma e, incluso, aunque más suave­mente, conduce a! mismo repudio total de la divina Revelación, es decir a la apostasía. Las obras del “teólogo” Ratzinger están ahí para demostrarlo de forma incontestable.
 
Hyrpinus, “Sí Sí, No No”, edición española, año III, nº 27, noviembre 1993. Recomendamos vivamente esta magnífica revista.




[1] Cf. Roma Aeterna nº 111.