martes, 29 de julio de 2014

“Las diez máximas para obtener la felicidad”, según Francisco.


Como ha dicho el propio pontífice: “Verdaderamente no concedo entrevistas, pero porque no sé, no puedo, es así. No me resulta fácil hacerlo” (22-Jul-2014, ver aquí). Pues bien, este pontífice que no concede entrevistas salvo excepciones aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí, ha concedido otra excepcional entrevista al periódico Clarín, la cual ha salido publicada en la Revista Viva, 27-Jul-2014.
(Los resaltados en negrita, son nuestros)

Francisco íntimo

Mano a mano con el hombre más influyente del mundo

Texto: Pablo alvo (pcalvo@clarin.com) / enviado especial a Roma
Fotos: Anna-Karin / AP / AFP


Le conté al oído que la hebilla había perte­necido a un soldado que peleó en Malvi­nas, que la había en­contrado en la turba de una trinchera cuando fui a las islas a hacer una nota, hace 15 años, y que la guardé desde entonces. A Francisco le cambió la cara. Veníamos riéndonos de San Lorenzo, nuestro amor en común, y de una bandera que le hicieron en la cancha, pero apenas tocó ese vestigio de la guerra su mirada se disparó hacia el pasado. Francisco se aferró a la hebi- lla de corre apara colgar cantimploras, y se la llevó a los labios para besarla, como besa una cruz. “Gracias por esto, muchas gracias”, dijo el Papa, que sabe que la herida de 1982 sigue abierta y que sus invocaciones al diálogo, por más que la reina Isabel haya ido a regalarle un whisky y los foros internacionales lo reclamen, no han dado resultado.
Verlo en la intimidad de la Casa San­ta Marta es una experiencia impactan­te. Francisco se guarda la hebilla en un bolsillo porque el pequeño objeto tie­ne futuro de recuerdo. La Argentina le queda a dos años de distancia, pues re­cién volverá para el Bicentenario de la Independencia, en 2016, pero el nom­bre del país se le cuela a cada rato en su verba obligada a atender lo universal. Hay un rito que anuncia su llegada,
el alumbramiento total de una sala que, segundos antes, ya parecía total­mente iluminada. La intensidad de los kilovatios hace más evidente el enro­jecimiento de sus mejillas, acaloradas este verano europeo como las pinturas de la Capilla Sixtina, que han comen­zado a sufrir la erosión de los alientos de tantos turistas que colman el lugar.
Los pulmones de Francisco buscan el oxígeno como los solitarios buscan el amor. Silba el pecho que se escuda detrás de una cruz de plata, a la que el Papa se aferra con una mano mientras conversa y con las dos cuando busca inspiración.
Me presentan como “un hijo de trabajadores” y él siente curiosidad. Es­toy frente al hombre que gobierna el mundo cristiano apenas armado con biromes Bic, una roja y otra azul, con el mismo único traje de hace 18 años, y un anotador que empieza a acumu­lar garabatos indescifrables, porque es imposible desviar la mirada: él mira todo el tiempo a los ojos y establece un lazo que está pero no se ve.
Atino a decirle que la única carta que le traigo es la de la señora que cui­da a mi hijo desde hace 13 años y ayuda en mi casa:
-Está conmovida porque usted, que atiende a reinas y “grandes” jefes de Estado, un día les dedicó palabras cari­ñosas alas empleadas domésticas.
- Sí, fue hace un mes porque... voy a hacer una infidencia -contesta Fran­cisco y, en un movimiento inesperado, desabrocha tres de los 33 botones de su sotana marfil, a la altura del pecho, y empieza a escarbar.
Las ocho personas que mirábamos no sabíamos qué buscaba. Ya había di­cho que no le gustaba la comparación con Superman, así que no era el traje con la “S”. Tardaba, hasta que por fin apareció el amuleto: una medalla del Sagrado Corazón.
-Es de una señora que ayudaba a mi mamá a lavar la ropa, cuando no había lavarropas, con la tabla, a mano. Era­mos cinco nosotros, mamá sola, y esta señora venía tres veces por semana a ayudarla. Era una mujer de Sicilia que había emigrado a la Argentina con dos hijos, viuda, después de que su mari­do muriera en la guerra. Llegó con lo puesto, pero trabajó y sostuvo su ho­gar. Yo tenía unos 10 años, hasta que se mudaron mis padres y dejé de verla. Pasó mucho tiempo y un día apareció a saludar por San Miguel. Yo ya era sa­cerdote. Después la volví a perder de vista, pero siempre pedí la gracia de volverla a encontrar, porque, mientras lavaba, nos enseñaba mucho, nos ha­blaba de la guerra, de cómo cultivaban en Sicilia. Era viva como el hambre, cuidaba el pesito, no se dejaba estafar, tenía muchas cosas buenas. En su me­dio italiano y medio castellano, me ha­blaba. Por fin la encontré, ya tenía 80 y tantos, y la acompañé 10 años hasta su muerte. Pero unos días antes se sacó esta medalla y me dijo “quiero que la lleves vos”, y todas las noches cuando me la saco y la beso y todas las mañanas cuando me la pongo, la imagen de esa mujer se me aparece. Era una anóni­ma, nadie la conocía, pero se llamaba Concepción María Minuto. Murió feliz, con una sonrisa, con la dignidad de quien trabajó. Es por eso que tengo mucho cariño a la mujer que ayuda, a las empleadas domésticas, que tienen que tener todos los derechos sociales, todos. Es un trabajo como cualquiera, no debe ser objeto de explotación ni maltrato. Eso que dije para ellas, hace un mes, no estaba en el Angelus origi­nal, me salió del corazón.
-El Angelus del 6 de julio ante la pla- za San Pedro también lo dedicó a los abandonados de la sociedad. Los pá­rrafos parecían componer el cuadro de Antonio Berni llamado Contraste, en el que una pareja de millonarios disfruta de un manjar multicolor mientras a sus pies tirita un mendigo, en blanco y negro. Es de 1977, pero parece pintado ayer, ¿verdad? -le digo, porque sé que los contrastes sociales y algunos tan­gos de Horacio Ferrer lo conectan con el pintor.
-¿Sabe lo que yo pienso de Berni? No entiendo de pintura y sé que es exa­gerado lo que digo, pero, para mí, Berni es el Dostoievski argentino: trabajó la
humanidad y el misterio del hombre como pocos. Los rostros de Berni. No sé si hay mejores que él, eso que lo di­gan los técnicos, pero hoy me sale a mí decir acá que es el Dostoievski argen­tino, un experto en humanidad, que sabe plasmar esa humanidad. Tienen que ver los ojos de los chicos que pinta Berni. Son ojos tristes, sufridos.
A Francisco le duele el crimen sin castigo de la pobreza, el dolor de los humillados y ofendidos.

Sus ojos compungi­dos cambian a brillo cuando le muestro los rostros de los destina­tarios de sus cartas, fo­tografiados en la revista Viva del 9 de marzo, que le doy en mano.
Le llegan montañas de cartas desde los confines del planeta, y él las devuel­ve de a puñados. Está cansado y desli­za que quizá no tenga mucho tiempo para todo lo que quiere hacer. Pero yo lo cruzo, había ido preparado para ese momento:
-Usted siempre repite eso, pero tiene apenas cinco años más que Paul McCartney... ¡y es más famoso que Los Beatles!
Lo estaba invitando a recordar aquel vaticinio pronunciado por John
Lennon en 1966 que decía: “El cristia­nismo desaparecerá, se desvanecerá, se encogerá. Nosotros somos ahora más famosos que Jesucristo”.
¿Cómo reaccionó Francisco? Se rio como el joven profesor de literatura y psicología que era en aquel momento, cuando tenía 30 años.
Aprovecho la música de fondo para intentar otra pregunta simple, o tal vez no tanto:
-Hay una canción de los Beatles que dice All you need is love (Todo lo que necesitas es amor), entonces le que­ría preguntar, a usted que, además de Papa, es técnico químico, ¿cuál es la fórmula de la felicidad?
Francisco vuelve a reír. Y hacer reír aun Papa es una de las cosas más curio­sas que me ha pasado en la vida, sobre todo porque le hablo como les hablo a mis amigos cuando tomamos café.
Y encima contesta, no esquiva la pregunta, y entonces el Papa argen­tino, en esta respuesta puntual y en el resto de la charla, se anima a ensayar una receta para ser feliz. He aquí diez elementos de esa pócima que parece inalcanzable, pero que Francisco con­vida:

1. Viví y dejá vivir. “Acá los romanos tienen un dicho y podríamos tomarlo como un hilo para tirar de la fórmula esa que dice: Anda adelante y deja que la gente vaya adelante’. Viví y dejá vivir, es el primer paso de la paz y lafelicidad.”
2. Darse a los demás. “Si uno se es­tanca, corre el riesgo de ser egoísta. Y el agua estancada es la primera que se corrompe.”
3. Moverse remansadamente. “En Don Segundo Sombra hay una cosa muy linda, de alguien que relee su vida. El protagonista. Dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo; que de adulto era un río que andaba adelante y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lenta­mente remansado. Yo utilizaría esta imagen del poeta y novelista Ricardo Güiraldes, ese último adjetivo, reman­sado. La capacidad de moverse conbenevolencia y humildad, el remanso de la vida. Los ancianos tienen esa sabi­duría, son la memoria de un pueblo. Y un pueblo que no cuida a sus ancianos no tiene futuro.”
4. Jugar con los chicos. “El consumismo nos llevó a esa ansiedad de per­der la sana cultura del ocio, leer, disfru­tar del arte. Ahora confieso poco, pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le pre­guntaba: ‘¿Cuántos hijos tenés? ¿Jugás con tus hijos?’ Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cul­tura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando sus hijos duermen, es difícil, pero hay que hacerlo.”
5. Compartir los domingos con la familia. “El otro día, en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia.”
6. Ayudar a los jóvenes a conseguir empleo. “Hay que ser creativos con esta franja. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. El otro día leí, pero no me fío porque no es un dato científico, que había 75 mi­llones de jóvenes de 25 años para abajo desocupados. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, cos­turero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa.”
7. Cuidar la naturaleza. “Hay que cuidar la creación y no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes que tenemos.”
8. Olvidarse rápido de lo negativo. “La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima, es decir: yo me siento tan abajo que en vez de subir, bajo al otro. Olvidarse rápido de lo negativo es sano.”
9. Respetar al que piensa distinto. “Podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religio­so, que paraliza: ‘Yo dialogo contigo para convencerte’, no. Cada uno dialo­ga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo.”
10. Buscar activamente la paz. “Es­tamos viviendo en una época de mu­cha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siem­pre es una paz activa.”

“Bienaventurados los que buscan la paz.” Usted va por ahí. El abrazo de las tres religiones en el Muro de los La­mentos, la lapicera que le dio al presi­dente ucraniano para que firmara el fin de hostilidades, el llamado al diálo­go en Venezuela lo ponen en camino a ganar el Nobel de la Paz. No le pido que aventure el final del cuento, pero como usted es un hombre despojado, me in­triga saber qué haría con el millón de dólares que otorga ese premio, adonde lo destinaría.
-Es un tema que no entra en mi agenda, le digo la verdad. Nunca acep­té doctorados y esas cosas que ofrecen, sin despreciar. Ni se me ocurre pensar en eso, y menos (se ríe) voy a pensar qué haría con esa plata, con toda fran­queza. Pero evidentemente, prescin­diendo de un premio o no premio, creo que todos tienen que estar comprome­tidos con el asunto de la paz, hacer todo lo que uno puede, lo que puedo hacer yo desde acá. La paz es el lenguaje que hay que hablar.
Francisco pide darle una oportuni­dad a la paz y, mientras acaricia otra vez su cruz, pienso que, al final, Lenon y él no estaban tan distantes.
Carlos Luna, un viejo exiliado ar­gentino que vive en Suecia y fue el gestor de este encuentro en el Vatica­no (ver página 34), me había sugerido que la candidatura del Papa al Nobel de la Paz ha pasado filtros previos a la decisión. Que de los 2.500 candidatos iniciales quedaron 10, y que entre ellos estaría el argentino. Final abierto.
La guerra y la paz es la dualidad que desvela a Francisco. Sobre las con­secuencias actuales, le comentó que hay 25.300 niños solos por el mundo y que, según la última estadística de las
Naciones Unidas, hay 33,3 millones de desplazados en sus propios países y 16,7 millones de refugiados, en total un millón más que en la Segunda Gue­rra Mundial. Carlos Luna advierte que los perseguidos podrían constituir la población entera de un continente.
El gesto papal cambia, se agudiza:
-Vos hablaste de chicos solos... Hoy día, los traficantes de la migración que pasan por Centroamérica y México a los Estados Unidos y llevan gente es­tán llevando chicos solos. Los padres los mandan a amigos de allá, porque no pueden ser expulsados. Les aseguran un futuro pero se rompe el vínculo, es durísimo. Y acá también, me dicen que en los barcones que llegan a las costas sicilianas, calabresas, llegan chicos so­los, mandados por los padres a amigos, los trae un vecino, porque sus padres no pueden.
Los seis suecos —de nacimiento o por adopción— presentes en la re­unión comentan que en los últimos años Suecia recibió a 800 mil inmi­grantes, sobre una población de 9,5 millones de habitantes.
Francisco agradece la histórica hos­pitalidad de Suecia con los exiliados políticos de la Argentina y contrapone esa postura a la que tienen hoy otros países vecinos: “Europa tiene miedo”,
dice el Papa, que llora cuando en los ma­res naufragan las cáscaras de nuez que transportan a miles y miles de personas desesperadas por huir de sus países y encontrar un futuro; o cuando las cu­chillas de los alambrados españoles desgarran la piel de los que trepan para caer del lado de menor injusticia social.

Pasa el mundo por la charla en la Casa Santa Marta, que es la residencia que eligió Francisco pa­ra vivir, más modes­ta que los aposentos de los papas ante­riores, aunque con vista privilegiada a la cúpula de la Basílica de San Pedro, donde cobran cinco euros para subir 551 escalones y ver la ciudad de Roma como la vio Miguel Ángel.
Me ha tocado un inmejorable asien­to, justo enfrente de Francisco. Puedo ver sus zapatos negros, su reloj de malla negra debajo de la manga izquierda y el viaje de su mirada hacia arriba de mi cabeza, no porque le llamen la atención mis canas sino porque tengo sobre mí la imagen de la Virgen Desatanudos. Ella está acompañada por ángeles, uno que le alcanza una cinta repleta de nudos tensos y otro en el lado opuesto que la recibe ya alisada, sin los pliegues del dolor, la tristeza y la soledad. Una paloma con las alas abiertas en lo alto representa al Espíritu Santo. Y allí se posa por segun­dos la mirada de Francisco.
No ha sido fácil su día. Por la maña­na, recibió a seis jóvenes que sufrieron abusos sexuales por parte de curas y obispos pedófilos, condenó esas prác­ticas “execrables” y su encubrimiento como ningún otro papa lo hizo en el pasado y les pidió a las víctimas “hu­mildemente perdón”.
Los diarios italianos, además, die­ron cuenta de reacciones de la mafia calabresa contra Francisco, quien ha­bía tenido la valentía de ir a Calabria semanas atrás para anunciar que sus capos estaban excomulgados.
Y acaba de cambiar al presidente del banco del Vaticano, que pierde beneficios pero intenta mejorar en transparencia. No por nada el Papa le dice a quien se le acerca: “Rece por mí”.
Francisco ha suspendido los paseos en el Papamóvil este mes, debido al ca­lor. Pero vive cada día con igual inten­sidad: madrugón, rezo, lecturas, misa, siesta breve, audiencias, una hora a solas frente a la cruz, cena liviana. En comidas, sólo gasta seis euros por día.

Roma es un im­perio de pétalos blancos que caen de los árboles y tienden alfom­bras al paso del caminante. Es un atractivo natural que pelea en belleza con las ruinas acu­muladas durante 3.000 años de poder militar, incendios y gladiadores.
Hay aquí más argentinos que esta­tuas del escultor Gian Lorenzo Bernini y varios se ponen la camiseta de la Se­lección para saludar a Francisco desde la plaza San Pedro, durante el Angelus de los domingos al mediodía.
Una profesora de tango pide “buena onda y unidad” para el país. Un viajan- te de Comodoro Rivadavia agradece la elección “milagrosa” de Bergoglio co­mo Papa. Y un inmigrante de San An­tonio de Padua, que hoy vive en Como, ruega que nunca le falte el trabajo.
Los tres se emocionan cuando Fran­cisco aparece por la ventana, pronun­cia oraciones sagradas y se despide con un saludo mundano: “Buona Dome- nica e buon pranzo. Arrivederci”, que quiere decir: “Buen domingo y buen almuerzo. Hasta la vista”.
Incluso para los que no son católi­cos, Francisco actúa como un imán, señala Claudio Palombo, taxista con
parientes en la Argentina que tuvo la ocurrencia de improvisar recorridos con toques de argentinidad. Su auto se mete por callecitas adoquinadas que llevan al Grand Hotel de la Minerve, que en 1846 alojó al general José de San Martín y a su hija Merceditas.
Suena Libertango en la Piazza Navona y la Fuente de los Cuatro Ríos -el Danubio, el Nilo, el Ganges y el Río de la Plata- queda envuelta por los acor­des de Astor Piazzolla.
Al Papa porteño lo han dibujado con un bandoneón sobre la falda y su rostro aparece en remeras, pósters, llaveros y postales. Hasta en el asfalto lo pintan en arte efímero y, a la vez, inolvidable.

Francisco casi no menciona a Dios. En los 77 minutos que dura la charla, sólo pronun­cia su nombre en tres ocasiones, dos para el llamado a proteger la naturaleza y una al leer en voz alta el título de mi libro so­bre San Lorenzo de Almagro: “Dios es cuervo”, repite, y se ríe.
La palabra que más invoca Jorge Bergoglio en estos días es “paz”. Sabe que en Medio Oriente ha vuelto a estallar la violencia y que en las últimas semanas se han producido más de 200 muertes, entre ellos chicos y jóvenes inocentes del conflicto entre israelíes y palesti­nos. Se acomoda el casquete blanco Francisco cuando repasa los flagelos de la guerra. Y acepta que sus llama­dos a dialogar son escuchados, pero no suficientes.
-Lo que puedes hacer desde acá es mucho. Tu palabra, tu energía, do­minan todo el planeta. Son las leyes del Universo puestas en movimiento -trata de entusiasmarlo Carlos Luna.
-Es verdad -contesta Francisco-, pero en un tiempo corto...
El Papa cumple este 27 de julio 502 días al frente de la Iglesia y le quedan dos años para regresar a la Argentina.
Por eso le regalo una camiseta de San Lorenzo con triple sentido, pues tiene la consigna “Me verás volver”, que en este caso es por él, por el tango de Gardel y por el futuro retorno del club santo al barrio de Boedo.
Le llevo también mensajes de afec­to de sus compañeros de secundaria, quienes me confiaron la antigua exis­tencia de un loro vecino a la escuela que en medio del silencio gritaba: “Vi­va Perón, carajo”, para diversión de los alumnos en clase.
-Los muchachos, mis compañe­ros químicos, buenas personas -dice Francisco con melancolía, mientras toma en sus manos la foto de Oscar Crespo, Abel Sala, Hugo Morelli y Alberto D’Arezzo, más un mail que le mandó Francisco Spinoso, todos con ganas de darle un abrazo.

Francisco les explica a los ciudadanos suecos que a los argentinos “nos individualiza el mestizaje, la mezco­lanza de sangre, pues nos nutrieron las co­rrientes migratorias de posguerra, de Italia, España, Polonia, Rusia, Alemania. También de Suecia. La Iglesia Sueca está en la calle Azopardo, cerca del puerto”. Se refiere al templo evangélico luterano que está en Azopar­do 1428, en el barrio de San Telmo.
Le reunión está por terminar, pero Francisco, que había llegado cansado, luce ahora con una potencia extra, son­riente, dispuesto a sacarse fotos con los visitantes, y selfies si se lo piden.
Ver el movimiento de cámaras y celulares recuerda que hay también aspectos de la tecnología que afectan el diálogo. Aprovecho para la última conversación:
-A veces, hay familias de tres per­sonas que están conectadas a sus celu­lares y no se hablan entre ellas. Así, la historia de Romeo y Julieta no hubie­ra existido, porque Romeo le hubiera enviado un SMS del tipo: “Estoy abajo, asomate”, y el romanticismo se hubiera perdido.
-Es verdad eso, el consumismo te llega a fagocitar el tiempo para vos y a no compartirlo en la mesa familiar. Yo sé que ver televisión es una ayuda, los telenoticieros..., pero comer con el televisor encendido no te permite la comunicación.
El Papa nos regala ocho rosarios, tres blancos para las damas y cinco ne­gros para los caballeros. Y, sin ayuda, recoge de una mesita ratona lo que le llevamos, miel ecológica, pájaros talla­dos a mano de Córdoba, un retrato de su jugador favorito, René Pontoni; una caricatura de Hermenegildo Sábat, que lo hizo junto a otro astro azulgrana, Rinaldo Martino; y un dibujo del artista de Clarín Mariano Vior, donde la silueta del Papa argentino proyecta la sombra de San Francisco de Asís.
A todo le sonrió. Salvo a una cosa, a la hebilla que vino desde las islas del fin del mundo. Se llevó ese pedacito de Malvinas en el bolsillo. Y muy proba­blemente en el corazón.

Comentario:
Brevemente nos detenemos en algunos puntos, porque muchas cosas se podrían decir de este tipo de comunicación por parte de un pontífice. La llamada “receta para ser feliz”, son diez consejos en los que se encuentra totalmente excluido el principal motor que debiera mover a un pontífice para predicar, hablar, comunicar a los hombres: Dios. Y para que no queden dudas de que la exclusión realmente llama la atención, el mismo periodista anota: “Francisco casi no menciona a Dios. En los 77 minutos que dura la charla, sólo pronuncia su nombre en tres ocasiones, dos para el llamado a proteger la naturaleza y una al leer en voz alta el título de mi libro sobre San Lorenzo de Almagro: ‘Dios es cuervo’, repite, y se ríe”.
El domingo es el día de la familia”, otra afirmación podríamos decir se aleja de lo que siempre ha enseñado la Tradición católica. El domingo es el día del Señor, como su misma etimología lo afirma. Este desvío del sentido católico del día domingo, nos recuerda a la influencia masónica de los gobernantes de la república oriental del Uruguay, que han transformando los días festivos católicos por días “humanistas” y “laicos”, como por ejemplo: la Navidad transformada en “el día de la familia” o la Semana Santa transformada en “semana de turismo”.
También, encontramos otro ataque más al espíritu misionero tradicional que siempre tuvo la Iglesia con esta afirmación, ya repetida en otras entrevistas, del estilo humanismo integral mariteiniano: “lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: ‘Yo dialogo contigo para convencerte’, no. Cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo.” Lo cual no es otra cosa que más proselitismo hacia el ecumenismo relativista y pluralista.
Y “la ramplonería futbolera que crea la complicidad entre entrevistado y entrevistador ayuda a que el lector envilecido por la prensa no se sienta afuera de la charla y participe de una entrevista como cualquier otra de las que puede ofrecer la revista, frívola y superficial, cuyo destino final es perderse en la mesa de revistas manoseadas de un trajinado consultorio médico. El cronista asocia un Ángelus de Francisco con un cuadro de Antonio Berni. Aquí se introduce –suele ocurrir- la fealdad estética, obra del resentimiento que caracteriza a la izquierda, y Francisco aprovecha para elogiar y hasta comparar insólitamente al mediocre pintor con Dostoievsky (¡!). Agreguemos otro detalle no menor: Antonio Berni fue agente del Partido Comunista Argentino.” (Syllabus, 27-Jul-2014)
Con lo cual, nos terminamos encontrando con un discurso chato, de corte totalmente humanista, el cual, podría haber sido pronunciado por un masón, sin el más mínimo vestigio del Dios católico, del Dios que murió en la cruz por nuestros pecados.